Al principio pensé que era ironía. Una sátira bien escrita, tal vez, de esas que toman el lenguaje de la propaganda y lo llevan al límite. Pero luego vi el remitente. Y no, no era una broma: el texto que empezó a circular ayer en redes, compartido por activistas y operadores del gobierno, era una respuesta directa a mi artículo “Rixi, el tuit y la memoria que falta,” sobre la incoherencia del discurso de Rixi Moncada. Y lo que dice en el artículo oficialista, no es una refutación, sino un ataque.
El tono es familiar: “Circula un artículo en el que pretenden cuestionar la coherencia de Rixi Moncada. Lo más grave: lo hacen usando herramientas de periodismo mercenario.” Así comienza. Y lo que sigue no mejora: se acusa al autor —a mí— de censurar, de distorsionar, de desviar la atención. Pero no hay un solo párrafo que responda al hecho central: que fue Rixi Moncada, como ministra de Finanzas, quien aprobó, defendió y ejecutó el fondo social que hoy denuncia.
Ese fondo —950 millones de lempiras en 2023, entregados a diputados sin ley especial ni mecanismos de control— no fue una anomalía. Fue una decisión de gobierno. Y la funcionaria que firmó ese presupuesto, que lo explicó ante el Congreso, que lo defendió en medios, fue Rixi Moncada. Ahora que el caso de Isis Cuéllar ha revelado el uso clientelar de esos fondos, la candidata exige su cancelación inmediata. Suena bien. Pero hay un problema: la memoria.
Lo que el artículo oficialista intenta hacer no es defender un argumento, sino desacreditar al mensajero. Me acusan de “fragmentar la historia” y afirman que “la memoria histórica no se puede fragmentar al gusto de un columnista”. Pero la única memoria fragmentada es la que omite, a conveniencia, el rol de Rixi en la creación del problema. No hay una sola línea en ese texto que reconozca su papel en la aprobación del fondo. No hay una sola frase que explique por qué, durante su gestión, no se promovió una ley que regulara su uso. No hay una sola mención a sus discursos públicos donde calificó el presupuesto como “real, transparente y auditado”, mientras se habilitaba un mecanismo opaco que hoy golpea al propio partido.
En lugar de eso, el artículo recurre a una estrategia discursiva ya conocida: cambiar el eje del debate. Se nos dice que Rixi “ha ocupado, por primera vez, cargos históricamente reservados para hombres”. Que es “una de las figuras más destacadas del país”. Que su liderazgo “ha visibilizado la urgencia de una Honduras más equitativa”. Todo eso puede ser cierto, y nadie lo discute. Pero sus cualidades no la eximen de responsabilidad política. Ser la primera ministra de Defensa no borra el hecho de haber ejecutado un fondo sin controles. Haber alzado la voz contra las desigualdades estructurales no anula la necesidad de rendir cuentas por decisiones administrativas concretas.
Más adelante, el texto lanza una acusación inquietante: “Por cada expresión pública que realiza ella, se activan los sensores morales. ¿No será que a ella la vigilan más… precisamente por ser mujer?”. Aquí la defensa cruza una línea peligrosa: utiliza el feminismo como escudo para evitar el debate. Y eso no solo trivializa las luchas legítimas por la equidad política, sino que debilita la posibilidad de construir una ética pública real. Rixi no es cuestionada por ser mujer. Es cuestionada porque, como ministra, avaló un mecanismo discrecional que ahora genera escándalo. La crítica es política, no sexista.
El fondo social fue diseñado para lo que hoy vemos: aceitar una maquinaria defectuosa en el Congreso Nacional. Desde el día cero, cuando se impuso una directiva sin capacidad de construir consensos, se apostó por el control a través de recursos. El gobierno necesitaba votos. Necesitaba blindajes. Y optó por el dinero como herramienta de poder. Esa fue una decisión estratégica, no un accidente. Y fue una decisión que Rixi Moncada, desde Finanzas, hizo posible.
Decir esto no es un ataque. Es una advertencia. Porque cuando se confunde la crítica con el sabotaje, cuando se responde al periodismo con etiquetas como “mercenario”, cuando se glorifica a los líderes para blindarlos ante toda interpelación, se empobrece el debate público. Y eso es exactamente lo que está ocurriendo. El oficialismo está construyendo un espejo que solo refleja lo que quiere ver. Y en ese reflejo, la crítica no cabe. El disenso no existe. Solo están ellos, hablando entre ellos, repitiéndose a sí mismos que todo va bien.
Pero el país no está en ese espejo. El país está afuera, mirando. Y empieza a preguntarse por qué quienes se presentaban como opción de cambio no están dispuestos a revisar sus errores. Por qué toda crítica es respondida con propaganda. Por qué se prefiere el ataque al análisis. Por qué se insiste en que todo está bien, mientras la legitimidad se erosiona.
Decirle a una candidata solo lo que quiere oír no la acerca al pueblo. La aísla. Y en política, el aislamiento es el preludio del fracaso. La verdadera cercanía no se construye con aplausos automáticos ni con cadenas de WhatsApp. Se construye enfrentando la verdad, escuchando la crítica, corrigiendo el rumbo.
Mi artículo no fue un juicio moral a la candidata Moncada. Fue una crónica de sus hechos. Y si ha molestado tanto, es porque tocó un nervio vivo. En lugar de llamarme mercenario, podrían intentar responder. En lugar de repetir eslóganes, podrían revisar decisiones. En lugar de blindar a sus figuras, podrían recordar que la política no se trata solo de ganar: se trata de gobernar con responsabilidad.
El periodismo no es enemigo de la política. Lo es del poder que no quiere ser vigilado. Lo es del relato que se impone sin contraste. Lo es del silencio que se impone por miedo a perder apoyo. Y si algo necesita Honduras hoy, es menos silencio y más verdad.