En política, como en literatura, los prólogos suelen advertir el tono de lo que vendrá. Algunos son promesas. Otros, amenazas. El comunicado que la Coordinación Nacional del Partido LIBRE emitió el 4 de julio de 2025 —titulado con teatralidad “Implacables contra la corrupción”— no es lo uno ni lo otro: es el prólogo nervioso de una crisis que ya comenzó y que el partido no sabrá resolver, no porque le falte poder, sino porque ha demostrado, una y otra vez, que no tiene el carácter ni la honestidad política para asumir sus propias fracturas.

A simple vista, el documento parece una declaración enérgica: se denuncia a los corruptos, se invoca la historia, se enarbola el mandato del pueblo. Pero al mirar más de cerca, el lector descubre una estructura familiar: el uso del pasado como coartada, la figura del enemigo externo como excusa, y una épica revolucionaria reciclada como anestesia contra el presente.

El texto no es un ejercicio de transparencia, sino un intento desesperado por recuperar una narrativa que se desmorona tras semanas de desgaste: el uso discrecional y politizado del Fondo Social por parte de diputados de LIBRE, los señalamientos sobre Rixi Moncada —quien fue titular de Finanzas cuando se autorizó la transferencia de esos fondos, y cuya candidatura presidencial ahora despierta cuestionamientos sobre conflicto de interés y blindaje político—, y las fracturas internas que el partido arrastra desde 2022, cuando no supo resolver su disputa con Jorge Cálix y optó por la imposición antes que por la negociación. Lejos de asumir responsabilidades, el comunicado se refugia en un lenguaje maniqueo, donde todo cuestionamiento es visto como traición, y toda traición, como corrupción.

El documento quiere hacernos creer que LIBRE sigue siendo el partido que caminaba bajo la lluvia tras el golpe de Estado de 2009, cuando lo que tiene frente al espejo es una maquinaria que ha aprendido a operar bajo las reglas del viejo sistema mientras jura que lo combate. Esa disonancia —ese doble juego— es el corazón de su desgaste, y el comunicado no lo resuelve: lo exacerba.

Para comprender el punto crítico en el que se encuentra LIBRE, hay que regresar al nombre que el comunicado menciona de forma lateral pero simbólicamente central: Jorge Cálix. Su expulsión del partido en 2022 no fue un acto de disciplina política, sino una muestra de la incapacidad estructural del oficialismo para procesar el disenso. La dirigencia eligió el castigo antes que el diálogo, la purga antes que el acuerdo, y así sentó las bases de un Congreso fragmentado, sin cohesión, donde la única herramienta de control pasó a ser la distribución de fondos clientelares. El Fondo Social que hoy estalla en las manos del gobierno es el hijo bastardo de esa decisión. No se originó en la corrupción, sino en el miedo al debate y en la obsesión por el control.

Luis Redondo, el presidente del Congreso impuesto en una movilización de las bases de Libre liderada por la presidenta Castro, es mencionado ahora en el comunicado solo una vez. Es un nombre accesorio, una nota al pie que pudo perfectamente no aparecer sin cambiar nada del comunicado. Pero esa omisión es reveladora porque nos deja claro, una vez más, que Redondo será el chivo expiatorio de una crisis que no provocó, pero que tuvo que administrar sin poder real, sin respaldo orgánico y sin una estructura institucional capaz de contener el desgaste. Hoy, LIBRE lo deja solo. No porque sea culpable, sino porque no es de los suyos. Porque nunca lo fue.

Más allá de nombres propios, lo más alarmante del comunicado es lo que sugiere como solución: un “tribunal popular de ética revolucionaria”, compuesto por cuadros del partido, sin competencia legal, sin garantías procesales, sin independencia. En otras palabras: una justicia simbólica, facciosa y paralela al Estado de derecho. Este tipo de mecanismos han sido empleados por el PSUV en Venezuela y el FSLN en Nicaragua cuando ya no podían justificar la distancia entre sus discursos de redención y sus prácticas de poder. Son artefactos de control, no de depuración. Instrumentos para castigar enemigos, no para corregir errores.

La mención de Cálix, ahora en el Partido Liberal, cumple la función de recordar a las bases que hay traidores afuera, y que toda crítica que no venga desde dentro debe ser vista como conspiración. Pero este intento por reordenar el relato mediante enemigos imaginarios solo prueba la debilidad del proyecto. Un partido fuerte no teme a los disidentes. Un partido fuerte no necesita tribunales internos porque confía en la justicia institucional. LIBRE ya no confía ni en sus propias estructuras.

La CICIH no aparece en el texto. La promesa fundacional de justicia internacional contra la impunidad ha desaparecido del vocabulario del oficialismo. Tampoco se mencionan los medios de comunicación, aunque se sabe que el partido los percibe como parte de la “guerra sucia”. No hay una palabra para el periodismo de investigación que destapó las redes de favores y los cheques del Congreso. Lo que no se nombra, no existe. Lo que no se controla, es peligroso. Así funciona la lógica de un poder que comienza a desconfiar de todo lo que no le obedece.

El resultado es un documento que no proyecta liderazgo, sino encierro. Un manifiesto que intenta reagrupar a las filas con lenguaje épico, pero que en su propia arquitectura revela que el partido ya no se sostiene sobre convicciones, sino sobre reflejos defensivos. La estrategia es clara: blindar a los suyos, sacrificar a los accesorios, endurecer la línea interna, reforzar el discurso y esperar que la tormenta pase. Pero la tormenta no va a pasar. Porque ya no es una crisis: es una acumulación de crisis no resueltas.

Lo más grave no es que LIBRE haya fallado. Lo más grave es que no sabe —o no quiere— corregirse. Que ha perdido la capacidad de asumir sus errores sin buscar culpables externos. Que ha vaciado de sentido las palabras que alguna vez lo distinguieron del resto. Que cree que aún puede gobernar con la épica de la resistencia mientras reparte poder con las mismas lógicas del clientelismo.

Este comunicado no es una línea de defensa. Es una confesión de agotamiento. Un intento por reescribir el relato cuando los hechos ya han tomado otro rumbo. El partido que se propuso refundar Honduras está atrapado en su propia retórica, incapaz de mirarse con honestidad, rodeado de fantasmas que él mismo alimentó.

Y si algo nos enseña la historia reciente de América Latina es que los gobiernos que se niegan a corregirse acaban derrumbándose. No por conspiración. No por la derecha. Sino por la fuerza implacable de sus propias contradicciones.

Ese es el camino que LIBRE ha comenzado a recorrer. Y este comunicado —pretencioso, temeroso, tardío— será recordado como el punto en que el partido, en lugar de rectificar, eligió defenderse. Y al hacerlo, selló su propia sentencia.