Tegucigalpa, Honduras. En Honduras no hay dinero para camillas, pero sí para butacas italianas.

Esa es la ecuación mágica con la que se calcula el “progreso” en este país: invertir en comodidad para los estadios mientras los pacientes esperan horas (o días) en sillas plásticas o en el suelo de los hospitales públicos.

Gracias a ICN Digital, esta semana nos enteramos de que las nuevas butacas del Estadio Nacional “Chelato Uclés” fueron importadas desde Italia. ¡Italia! La cuna del diseño, la elegancia y, ahora, de los asientos que acogerán a los aficionados del fútbol catracho.

A falta de silla, suelo

Un gesto de modernización que, en cualquier otro contexto, aplaudiríamos… si no fuera porque apenas a unos pasos de llegar al estadio se encuentra el centro de salud Alonso Suazo, en donde los pacientes se aglomeran en busca de atención. Y, a unas cuadras del mismo, un hospital reporta que no tiene camillas suficientes para atender emergencias… y a falta de sillas, suelo.

Se invierte en asientos ergonómicos mientras los pacientes se debaten entre la incomodidad y la indignidad.

¿Será que los estadios son ahora más importantes que las salas de urgencias? ¿Será que ver un partido cómodo vale más que recibir atención médica oportuna?

“Cómoda” inversión

Seguimos con prioridades invertidas. Por un lado, importando butacas para un estadio que, a vapor de liga, lo máximo que se abre es dos veces por semana y ni siquiera se logra vender la taquilla completa; y, por otro lado, viendo con disimulo los hospitales que pasan llenos las 24 horas del día y los siete días de la semana.

¡Claro!, dirán algunos que se trata de proyectos separados, que uno viene del presupuesto para infraestructura deportiva y el otro del de salud. Pero al final, todo sale del mismo saco: el dinero del pueblo. Y cuando ese dinero se gasta en butacas europeas antes que en camillas para enfermos o sillas para las salas de espera, algo no marcha bien.

Y más si hacemos la misma correlación con las escuelas sin pupitres, lo que denota que la austeridad está desequilibrada y enfocada solo en una parte de la ciudadanía, y no la más vulnerable, precisamente.

La modernización no puede ir de la mano del abandono. El desarrollo real se mide en vidas dignas, no en butacas importadas. Porque una administración que se sienta en sillas de lujo mientras su gente muere en el suelo, es una administración que ha perdido el rumbo.